6 mar 2010

La Muerte de Vegeta


Yo escribo para los que cuando están en el bus y ven a la chica linda que acaba de abordar, esperan que esta se siente al lado de ellos (y nunca es así).

Yo escribo para los que fingen una tos al momento de expeler una flatulencia.

Yo escribo para los que al encantarse con una prenda de vestir se fijan primero en el precio antes de probársela.

Yo escribo para los que tienen el hábito de tomar Coca Cola pero un día hicieron la excepción y se tomaron una Fanta.

Yo escribo para los que se apasionan con cosas que para otros resultan de ínfima importancia.

Yo escribo para los que quieren terminar con su enamorada y no saben cómo debido a que no quieren desmedrar sus sentimientos.

Yo escribo para los que no les gusta la quinua, pero la comen porque tienen hambre.

Yo escribo para los que ven televisión a cinco centímetros de la pantalla para malograr su vista y así poder usar anteojos porque se ve fashion.

Yo escribo para los que sueñan despiertos y se olvidan de retirar la tetera de la hornilla, haciendo q el agua se evapore.

Yo escribo para los que se cortan las uñas una vez a la semana.

Yo escribo para los que se ríen del drama ajeno.

Yo escribo para los que no se ríen del drama ajeno.

Yo escribo para los que veían Candy por las tardes luego de burlarse por las mañanas con sus amigos de las chicas que veían esa serie.

Yo escribo para los que no escriben en el nickname del msn el cronograma de sus exámenes y el progreso de estos en el transcurso de la semana.

Yo escribo para los que pensaron que se olvidaron traer sencillo para pagar el pasaje en el micro pero que luego se percataron de que si tenían dos soles.

Yo escribo para los que se aguantan las ganas de ir al baño cuando están viendo por televisión el clásico o un capítulo de LOST.

Yo escribo para los que ven videos de desastres naturales en Youtube.

Yo escribo para los que perdieron la virginidad a los veinticuatro años.

Yo escribo para los que no les gusta leer.

Pero no escribo ni mierda.

20 feb 2010

Piuranitas Hot House

Las frustraciones no eran cosa del ayer para Márquez. Su mayor problema aparentaba ser su fracaso en el arte de la seducción de mujeres. Sin embargo, desde una perspectiva más profunda y analítica, Armando sufría del síndrome del miedo. Se cagaba de miedo en situaciones nada exigentes de la vida. Una vez, recuerda el encorvado individuo con vergüenza, estuvo cerca de asegurarse una noche carnal y pasajera con una rechoncha y atractiva mujer fácil, pero fue justo por su deficiencia de confianza que su plan falló gracias al desagradable olor que despedían sus axilas.
Miedo y desconfianza eran rasgos que hacían de Márquez el perdedor estereotipado que a todos nos agrada y nos hace sentir superiores. En una tarde de verano, posterior al año nuevo que tan solitariamente celebró con la compañía de sus personajes de World of Warcraft, que sus emociones se vieron retroalimentadas de satisfacción. Márquez había tomado la decisión de perder la virginidad. No fue muy difícil para él encontrar la casa de compañía donde el podría por fin hacer el amor con una mujer que fornicaría un billete de cincuenta soles. Para dar con tal servicio, tan solo tuvo que comprar un diario popular en el quiosco de su barrio, pues él recordaba muy bien que entre avisos publicitarios de chamanes y de medicinas milagrosas, se encontraba el número de Miluska. Su generosa talla de brasier y su tez de piel blanca auguraban, junto a su novel adultez de dieciocho años, una sesión sexual de convulsión nuclear y holocausto libertino. Márquez ya tenía el teléfono en la mano, procurando no temblar y animándose a si mismo con las palabras alentadoras que en algún momento leyó en un libro de Ricardo Belmont.
Parecía musiquita el sonido emitido por los botones del teléfono. Para cuando Márquez terminó de digitar los siete números, tuvieron que pasar apenas tres segundos para que la línea receptora comenzara a timbrar paulatinamente por lapsos de cuatro segundos y con pausas de dos.
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“Aló mi amor”.
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Márquez se quedó helado. Con un reflejo parasimpático colgó, y nunca jamás volvió a llamar.

17 dic 2009

Yo recibí un disparo y tú no

Yo una vez recibí un disparo. ¿Es raro, no? Te estás preguntando seguramente ¿Por qué él, que es un estudiante universitario tan común y ordinario? ¿Por qué ese individuo de pantalón holgado y zapatillas Umbro? La verdad es que no tengo ni la más mínima idea del porqué alguien tan desapercibido como yo, tanto como un actor extra del segmento de la escuelita del “Chavo del 8”, recibió un disparo de una Sig-Sauer P220.
Toda la cuestión empieza desde el amanecer de ese 25 de Noviembre, en pleno apocalipsis de exámenes finales en la Universidad (de Lima). Para ese entonces, mis agallas se encontraban saturadas de incólumes tópicos de cursos incomprensibles, llenos de verborrea insoportable y con la violencia digna de un pirañita sin esperanza de salvación. Todo estaba por la mierda y yo quería llorar. También quería prender un wiro y fumar con Alonso, pero tales fantasías coloquiales se veían imposibles para mí. La rutina empezaría con las lecturas sobre el concepto de realidad de Platón, para luego ceder la posta a la realidad nacional. Pero al imaginar las pequeñas letras y la no concordancia (Para mi subdesarrollada capacidad de comprensión lectora) en el empleo de los conectores, saboteaba mi voluntad con brutalidad. Quería gritar fuerte “Carajo mierda conshasumadre!”, así, sin comas y sin el uso correcto de otros patrones ortográficos. Ante esa holgazanería épica, opté por una estrategia. Hacer del estudio algo agradable. Y claro, eso no era algo tan exigente. La primera cosa que se me ocurrió en el desarrollo de ese plan fue el consumo de Coca Cola. Dicha bebida genera en mí placer cada vez que la bebo, motivando a mi bioquímica cerebral a engendrar endorfinas (Sustancia de la felicidad) asi como se reproducen los cuyes cuando se intoxican con viagra.
Bueno, de ahí decidí salir de mi casa rumbo al grifo donde podía comprar un combo de dos litros y medio de “Coca” con una bolsa enorme de Piqueo Snax. Recordaba haber visto ese combo, ya que una semana antes había ido a ese grifo para hacer una recarga virtual de Claro de veinte soles. Al llegar a Repsol el reloj marcaba tan solo un generoso dos en punto, abanicado por la brisa sexy de la primavera y los cláxones amistosos de los conductores. Al entrar a la tienda, el show comenzó. Fue tan interesante aquella escena, que la narraré en el párrafo siguiente.
No comprendí en primera estancia la prisa que llevaban esa par de gorditas que salieron corriendo; tampoco me percate del nerviosismo de la cajera que, a seis metros de mi persona, estaba enfrentando la muerte por primera vez en su mediocre vida (supongo, solo supongo). Entonces fue aquí, que con bebida y golosina en mano estaba yo, detrás de un individuo que gritaba enérgico a la cajera para que esta sea más rápida en su hacer. La chica se veía muy nerviosa y mi lento procesamiento mental comenzó a funcionar: Estoy en un asalto. Para cuando me di cuenta recién de tan sobresaliente situación, me dispuse a retirarme, pero llegaron estos uniformados. Irresponsables y en su mayoría gordos, como los tombos gringos de la tele.
“¡Arriba las manos carajo!”
Eran cinco y entraron con agresividad espartana. Enseguida el malhechor soltó el arma de fuego y levantó las manos. Que cobarde. No solo tuve la mala suerte de toparme con un crimen cliché de los diarios chicha, sino que también tuve el infortunio de coincidir con un asaltante cobarde y estúpido. Dicho personaje levantó las manos dejando caer la pistola, que al colisionar con el suelo, activó automáticamente la “corredora”, disparando en el acto a mi tobillo derecho. No te imaginas como ardía. Estoy seguro de haber sentido un dolor similar o más fuerte al que sienten las mujeres al traer bebés al mundo. La herida emanó sangre descontroladamente mientras yo yacía en el suelo llorando, pues estaba seguro que me iba a morir. ¡Y esos policías que me socorrían con lentitud!, los puteé como nunca en mi vida, dejando salir la inmensa cantidad de frustraciones, entre ellas, la imposibilidad mía para llevar a cabo mi plan de estudio tranquilo con Coca Cola y Piqueo Snax.

15 dic 2009

Triste pero cierto

Los caballos relinchaban con nerviosismo extremo mientras los jinetes, en medio de la desesperación, adoptaban posturas similares a las de sus criaturas, gritando sus arengas de batalla unos contra otros. En medio del conflicto estaba Ricardo. Su caballo no era una bestia, sino una camioneta Hyundai, y no se encontraba en la última cruzada milenio. Estaba embotellado en el cruce de la avenida Javier Prado con Arenales. Ante la impotencia de ver al policía de tránsito desinteresado en el bienestar del los cientos de conductores, Ricardo optó por violar la situación a punta de bocinazos. La reacción de los demás automóviles fue el esperado efecto dominó de la confianza. Todos los autos, como en un coro, gritaban desconsolados para tan solo andar sobre las pistas; su derecho como máquinas. El tombo seguía sin hacer caso a pesar de la protesta grupal, cosa que Ricardo entendió como un reto a la resistencia promulgada por tan instantánea revolución. Fue entonces que, de una forma épica tan similar a las historias fantásticas de la tele, las bocinas resurgieron con agónica fuerza. Todas sonando al unísono y haciéndose escuchar a cuadras de distancia, ante la mirada de sorpresa del policía, que pudo incluso visualizar el ruido aproximándose violentamente hacia él. Finalmente, y con el rabo entre las piernas, el representante de la autoridad cedió el pase a los victoriosos vehículos. Ricardo, agotado pero satisfecho, continuó su camino sin saber que cinco cuadras más adelante había una obra pública que desviaba el tránsito hacia una estrecha calle. Estrecha como las desilusiones.

14 dic 2009

6 pies bajo tierra

Luis era educado, bien vestido, guapo y de pose garbosa. Su porte físico se prestaba para la elaboración del molde de un maniquí destinado a la exhibición de calzoncillos de marca mientras que la lucidez de sus palabras y esa facilidad única para expresarse definían en él un aura de superioridad total. Tenía veintinueve años.
Su mujer, adversamente al resplandor que el yupi miraflorino emitía, transcurría desapercibida en multitudes pequeñas de no más de cinco personas, toda ella recatada como si todavía fuese esa soltera que en algún momento fue. Pero para ella no había problema, pues era la mujer de Luis y eso era suficiente.
En el nombre del padre, del hijo, del espíritu santo. Luis tenía una suegra. Muy caprichosamente esta, quebrantaba la naturalidad hogareña formando una clase de santa trinidad prepotente; no presumía ni una cuota mínima de belleza en ninguna expresión. Más bien, su bigote insultaba a la decencia y al buen gusto a los que Luis estaba acostumbrado. Él no experimentó nada de violencia en su formación espiritual, cimentada a partir de las lecciones espirituales de Deepak Chopra. Pero esa vibra invasiva y evangélica ya le hacía tiritar la paciencia. Por eso le regaló por el cumpleaños del año pasado ese lote en “Los Jardines de la Paz”, como adelantando un evento que parecía nunca llegar. Ante ese presente, la suegra de Luis tan solo esbozó una sonrisa de simpatía fingida y le estampo un beso en la mejilla, dejándole la huella de un lápiz labial barato. Este año, la suegra cumplió otro año más de desagradable existencia, lo cual fue obviamente homenajeado con parafernalia anticuada. Miles de señoras similares a ella desfilaron con sus típicos olores extraños. Todas ellas arrastrándose en el suelo por la cumpleañera, que en otro evento similar, cambiaría su rol de reina por el de arrastrada. Ante tanta parafernalia, Luis acudió con la máxima conchudez del mundo. Máxima conchudés por las ganas de sabotear toda felicidad para más infeliz vieja asquerosa, sabotearla por todo el tiempo que lleva ahí entrometiéndose en su felicidad, en la tranquilidad de la rutina. No llevó regalo y tampoco sonrisas, para así destruir al monstruo. ¿Su esposa? Indiferente a la situación. Arbitraria. ¿Será posible que la horripilación sea capaz de debilitar el lazo instintivo entre madre e hija?

Llegó el momento del cara a cara.
-Luisito, papito lindo ¿qué me has traído ahora?-
-Nada…-
-Cómo papi, te olvidaste de mi onomástico, el estrés en la empresa-. La suegra de Luis dijo mientras ordeñaba risas plásticas.
-Cómo quieres que te traiga un regalo si todavía no usas el que te regale el año pasado-. Dijo Luis sin cobardía, mientras la vieja buscaba un índice de arrepentimiento en su rostro.

11 dic 2009

Por lo alto y bajo

Antes de ir rumbo a la reunión de socios de Buena Fortuna Corporations, Néstor observó el cielo y le imploró con lágrimas invisible que algo suceda para que se evite lo inminente. Para él, la reunión de socios no era algo más que la congregación perfecta para matar el entusiasmo. Mejor era ante todo el quedarse en casa y repasar por televisión las mejores jugadas de La Euro Champions League y liberar ventosidades desagradablemente agradables mientras Margarita, su esposa, se ensimisma en su tesis, liberando al hombre de toda presión marital. Pero no. Esa tarde, la obligación lo llamaba a gritos como si fuese otro hombre mediocre de camisa y corbata del mundo pos moderno. Néstor era uno de esos.
Al llegar al lobby de la empresa, el panorama cambió por completo. Ante su vista, se percato de la presencia de los individuos de etiqueta más mediocre que él, echando miradas antipáticas a sus colegas; la secretarias de treinta años y meticulosas como monjas drogadas; y el ascensorista cuya naturaleza humana no se deja de poner en duda. Todos estaban ahí a excepción de los seres que irradian luz e intimidas a los individuos más ínfimos: Los socios inversionistas de peso pesado. Todavía sosteniendo el maletín con la mano derecha y de pie en el umbral del ascensor, Néstor atinó a preguntar a uno de los seres ínfimos el porqué de la ausencia de los peces gordos.
-Hey, dime. ¿Los socios no han llegado todavía?-
-No (…) no señor Bedoya. La reunión está programada para el juves de la próxima semana. Pensé que Jessica le había informado…-. Respondió el ínfimo mientras desviaba la mirada consecutivamente hacia el suelo.
-Okey, está bien. Sigue con lo tuyo, yo me…-. No era necesario terminar la oración completa, no era importante. Tras dar media vuelta, Néstor entró al ascensor, mientras agradecía a la vida y al cielo.

10 dic 2009

El Pollito

Era 1989 y el apagón se apoderó de Jesús María por completo. La negrura de la noche se encontraba sazonada por el grito de las sirenas que auguraban intranquilidad. Yo era un bebé, y estaba seguro que aquella noche, nada me iba a molestar. Era un pollito en un gallinero de Afganistán.